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jueves, 25 de febrero de 2010

Algo de Cultura Literaria






La Novela Polemica.-
La novia de Bayly y sensual invitada a Primera Dama se destapa con explosiva ópera prima. El tema ya desató un terremoto televisivo.
Silvia Núñez del Arco: La Lolita Limeña.A los 21 años se enfrenta al acoso de la prensa. Con su libro recién saliendo del horno, su historia ya es la más comentada.Silvia Núñez no calculó las consecuencias de iniciarse en el mundo de la exposición pública. Su entrevista con Jaime Bayly podía servir para publicitar su libro, pero marcó el inicio de otra novela. Su propia historia incluye a una guapa protagonista, un galán famoso, peleas familiares, robos literarios y renuncias públicas. Todo empezó en octubre de 2009, cuando Silvia envió su manuscrito a cinco editoriales. La única que respondió fue Mesa Redonda, una casa editora que acaba de cumplir seis años en el medio y que antes ha publicado a autores de la talla de Luis Hernández y Eduardo Chirinos. Tras la entrevista y la difusión no autorizada de extractos del libro se decidió adelantar la publicación y cuadruplicar el tiraje. El viernes 26 de febrero del 2010 a las 7.30 p.m. Núñez del Arco presentará "Lo Que Otros No Ven" en Crisol de Plaza San Miguel.





Aquí suculento fragmento con el permiso debido de la editorial.
Era la primera vez que Lucía entraba a un hotel con un hombre. Un hotel antiguo y refinado.
Subieron las escaleras alfombradas que daban a las habitaciones. Lucía miró su rostro reflejado en uno de los espejos del corredor.
–… y este es el cuarto en donde duermo las veces que vengo a Lima.
Lucía ingresó a la habitación dando pasos lentos. Sintió el olor del perfume de Manuel en el aire. Había dos camas, una tele con pantalla plana, una mesa rectangular con una laptop encima de ella y un par de sillones en una de las esquinas. La puerta del baño estaba junto a la entrada. Las cortinas estaban abiertas. Entraba algo de luz.
Manuel se quitó los lentes y colocó su saco marrón sobre la silla. Lucía entró al baño para orinar. Cuando salió, Manuel estaba recostado en la cama.
–Esto es para ti –dijo, alcanzándole un libro con tapa celeste.
Lucía tomó el libro.
Era la última novela de Manuel. Un par de semanas antes había tomado unas vacaciones de la televisión para ir a presentarlo en España.
–Estás en el libro, ¿sabías?
–Me lo habías dicho.
–Lo siento; tengo muy mala memoria.
Se inclinó hacia la mesa de noche y buscó un lapicero, pero ella se alejó y metió el libro en su cartera. Siempre odió los autógrafos y las dedicatorias.
–Es el primer libro que regalo y que no firmo –murmuró Manuel.
Luego se pasó una mano por detrás de la cabeza y se quedó mirándola.
(...)
–¿Nunca has pensado en cambiar de peinado?
–¿Tú también odias mi flequillo? –dijo Manuel pasando una mano por su pelo.
Lucía sonrió, caminó hacia su cartera, abrió su cuaderno rojo y escribió en la parte de atrás: «Flequillo».
–Gracias por venir.
–Tenía miedo de que…
–Manuel, me tienes hinchada con tus miedos y cosas.
Lucía se echó a su lado e intentó cambiar el tema.
–¿Me cuentas tu primera vez?
–¿Siempre tienes que hacer preguntas raras?
Ella se quedó en silencio, tuvo ganas de llorar. Nadie habló por unos minutos.
–Mi primera vez fue un horror —dijo él de pronto, con la mirada clavada en el techo.
Dejó de mirarlo y puso los ojos en el techo también.
–Fue en un prostíbulo –hizo una pausa–. Me llevaron unos amigos mayores, del periódico en el que trabajaba. Estaba en vacaciones de verano, al terminar tercero de media.
–Chiquito…
–Pero me hacía mil pajas, obvio.
Lucía se quedó callada.
–Y me moría de ganas. Pero no imaginé que sería tan frío y feo. Creo que si algo va muy mal la primera vez, puedes quedar muy confundido.
–¿Recuerdas cómo era la chica?
–Era una mujer fea que me lavó la pinga con agua helada como si fuera una cosa sucia… Creo que en ese momento me hice bisexual.
Volteó a mirarlo.
Publicado por el Grupo Editorial Mesa Redonda.–Desde ahí quedé herido. Después nada fue igual. Quedé con el trauma y no se lo podía contar a nadie. Sentía que había fallado. Que había sido mi debut y no había podido.
–No tiene sentido lamentarse. Ahora eres feliz con un hombre, ¿no?
–Sí, no me puedo quejar. Pero creo que si mi primera vez hubiera sido con una chica como tú, hubiese sido distinto. Estaría casado, tendría seis hijos y sería un político insoportable.
Lucía rió sin ganas.
–No hubiera publicado ningún libro ni besado a Boris en la tele. Yo creo que me hice escritor porque no pude ser el hombre que quería ser… ¿Tu primera vez te dejó feliz?
–A mí me pasó algo curioso. Yo sabía lo de las putas antes de escuchar esa conversación, antes de que me lo contaran como chisme.
–¿Cómo así?
–No lo sé, lo intuí, lo vi en la mirada de Mateo. Me di cuenta y se lo dije. Él había estado solo conmigo. Así que le dije que si necesitaba estar con otras mujeres, que normal, pero que me lo dijera. No le estaba prohibiendo nada; solamente quería que fuera sincero conmigo. No podía evitar sentirme mala en la cama. No sé si me entiendes.
–Sí, entiendo. Igual me parece que no vale la pena decirle nada al respecto.
En ese momento, Lucía se dio cuenta de que ella no era la única que sufría en esa habitación.
–¿Qué gracioso, no? –dijo Lucía, entrelazando las manos sobre el pecho.
–¿Qué cosa?
–Tú fuiste a buscar a una puta y saliste herido.
(...)
Manuel caminó hacia la radio y apretó play.
This is the way you left meI’m not pretendingNo hope, no love, no gloryNo happy endingThis is the way that we loveLike it’s forever…
Comenzó a quitarse las chompas y polos que traía puestos. Lucía lo esperaba sentada en la cama con un plumón en la mano. Manuel se quedó en boxers y se echó boca abajo.
–Me encanta esta canción —murmuró ella, y comenzó a dibujar en su espalda.
–A mí también. Sobre todo la parte que dice feels as if I’m wasted.
Silencio.
–Canta –dijo Manuel, girando la cabeza hacia ella.
Lucía se encogió de hombros.
–No, me da vergüenza.
Manuel puso una mano encima de una de sus rodillas. Ella bajó la mirada. Cerró los ojos y cantó suavecito.
This is the hardest story that I’ve ever toldNo hope, no love, no gloryHappy endings gone forever moreI…
Su voz fue adelgazando hasta desaparecer.
–Listo, ya está. Mírate en el espejo.
Manuel se paró de la cama y caminó hacia el baño. Lucía caminó detrás de él. Manuel encendió las luces y se miró la espalda en el espejo.
–¿Qué clase de tatuaje es ese?
–¡Eres tú! Te dibujé a ti.
Manuel soltó una carcajada inclinando la cabeza hacia atrás.
–Eres una payasa, ese no soy yo; es una mancha rara.
–Por eso, pues.
Se miraron.
–Es broma, tonto. Mira, esta es tu cabeza, este es tu flequillo, como le dices tú; estos son tus lentes, estos son tus zapatos…
–Y ahora no esperes que te diga que es broma… –dijo ella, comenzando a reírse.
–¿Son muy grandes mis zapatos?
–Podrían ser más chicos si usaras menos medias –sonrió–. ¿Quién rayos se pone cuatro pares de medias? Ni siquiera los esquimales.
Manuel se apoyó sobre el mármol del lavatorio y bajó la cabeza.
–¿Qué pasa?
–Creo que la tinta del plumón da cáncer…
Lucía soltó una carcajada.
–No te rías; es en serio. Eso decían en el periódico en el que trabajaba de chico.
–Ay, Manuel, no seas paranoico; eso habrá sido con otro tipo de tinta.
Manuel seguía con cara de asustado.
–No te muevas. ¿Con qué te limpio?
–Al lado de la cama hay un maletín rojo. Dentro están los pañitos húmedos con los que me saco el make up de la tele.
–Ella regresó con el paquete de pañitos húmedos. Sacó uno y comenzó a pasarlo suavemente por la espalda de Manuel, quien seguía inmóvil frente al espejo.
–Eres un paranoico. Nunca antes había conocido a alguien así –murmuró Lucía, mientras le borraba el dibujo.
Giró la cabeza y la miró a través del espejo.
Una vez que su espalda estaba limpia, Manuel volteó hacia Lucía, le quitó el pañito de la mano y la besó. Se echaron en el piso y sus manos se entrelazaron para recorrerse por encima de la ropa. Ella le desabrochó la correa, le bajó los boxers hasta los muslos y se la empezó a correr.
Los dedos de Manuel bajaron hasta los bordes del pantalón de Lucía.
–¿Quieres que te toque?
–Sí.
–Pídemelo.
–Tócame –dijo Lucía, cerrando los ojos.
–Otra vez –dijo Manuel besándola en el cuello.
Lucía apretó los ojos, se guardó el pudor y pronunció cada sílaba.
–Tó-ca-me.
(...)
Manuel abrió la puerta y le sonrió. Se veía cansado, con bolsas bajo los ojos. Le habían quitado los puntos del mentón, pero aún tenía el cabestrillo que le inmovilizaba un brazo y dejaba colgando la manga de las chompas que tenía puestas.
–Pareces un soldadito después de la guerra, Manuelín –y lo besó en los labios.
Pidieron unos jugos y se echaron en la cama. Se quedaron unos segundos mirándose, estudiando las facciones de sus caras, sintiendo el calor, el aroma corporal del otro. De rato en rato ella pasaba una mano por su brazo inmovilizado y él cerraba los ojos, dejándose querer.
–Mira –dijo él, levantándose las chompas.
Le mostró el brazo roto. La piel del hombro con manchas rojas y moradas.
–Por Dios, Manuel. ¿No te estás echando algo para esos moretones?
–Sí, tengo una crema en el baño; tráela.
Lucía corrió al baño y buscó cerca el lavadero. Vio los frascos de pastillas y tuvo el impulso de botarlas a la basura, pero no quería problemas con Manuel. Un momento después salió con la crema en la mano.
Manuel se sentó en la cama y volvió a desnudar su brazo.
–¿Te hace acordar a Mateo?
Ella fingió no haber escuchado nada y comenzó a echarle la crema.
–Lo siento; no debí decir eso.
Volteó hacia Lucía e intentó besarla, pero ella siguió frotándole el brazo y moviendo sus dedos en círculos. Trató de quedarse lo más quieta posible, pero apenas hizo un ligero movimiento se encontró con los labios de Manuel. Comenzaron a besarse, suave y despacio, de modo que él pudiera hablar entre beso y beso.
–Yo no me puedo mover, así que hoy tú vas a hacer todo.
Lucía seguía besándolo con los ojos cerrados. Lo acariciaba por encima de la correa, bajaba por sus muslos y volvía a subir. Se quedó un largo rato recorriéndolo hasta que él levantó el brazo que tenía libre, detuvo la mano miedosa de ella y la puso en el bulto de su pantalón. Lucía le bajó el cierre y, cuando metió la mano, Manuel buscó a tientas el pomo de crema, lo abrió y echó un poco en la mano de su chica.
(...)
Ese fin de semana, Lucía metió un par de almohadas en su cama, las tapó con el cubrecamas y cerró la puerta de su habitación. Caminó en silencio por el pasadizo, agarrándose de las paredes para no tropezarse en medio de la oscuridad.
–¿Te escapaste?
Entró a la camioneta de Manuel y sintió la calefacción. Lo miró con los ojos llorosos, él se acercó y la besó en los labios. Manejaron en silencio. Él con una mano estirada, acariciándole la suya, mientras ella se perdía por las calles que iba dejando atrás.
Llegaron al hotel y se echaron en la cama. Seguían en silencio. Ella boca arriba con los ojos pegados al techo y él echado de costado, acariciándola de rato en rato. Observaba su cara, sus manos. Le hacía cariños en la barriga, en los brazos. La acariciaba con la misma delicadeza con la que uno toca algo muy frágil, como si nunca lo hubiese tenido, o sentido, tan cerca. La tomaba de la mano y se la llevaba a los labios.
–No tienes idea de cuánto te admiro.
Posó sus ojos en él y estos decían: “No bromees; acabo de dejar la universidad. ¿Cómo me vas a admirar por eso?”.
–Te lo juro. No te sentía contenta con lo que hacías; y perdóname si esto te molesta, pero yo no te veía como psicóloga.
–No sé qué he hecho, Manuel.
–¿Te arrepientes?
Se quedó pensando un momento.
–No, creo que no.
–Te amo… Quiero que seas mi chica, quiero que seas mía.
El corazón de Lucía empezó a latir más fuerte. Manuel le acarició la mejilla con la nariz.
–Quédate a dormir –le murmuró al oído–, por favor.
Solo en ese momento, se movió. Puso un brazo en su cintura y comenzó a besarlo. Se quitaron la ropa de a pocos y, cuando estuvieron totalmente desnudos, Lucía vio los moretones del brazo de Manuel. Estaban menos marcados; sin embargo, no habían desaparecido por completo.
Hubo una complicidad entre ellos; ambos sabían lo que estaba por suceder.
Él la guió para que se pusiera encima. Ella obedeció. Manuel se dio estabilidad e intentó entrar en ella. Lucía se quedó inmóvil, haciendo un ligero gesto de dolor.
–Más despacio, Manuel, más despacio.
Ambos cuerpos estaban tensos, con la respiración entrecortada. Él tenía los ojos muy abiertos y no dejaba de mirarla. Cuando finalmente estuvo adentro y ella lista para moverse, él apretó los ojos.
–Mierda, no voy a durar.
Ella comenzó a moverse suavemente y enseguida él se vino como nunca antes.
Pegó su pecho al suyo y se quedaron así, uno encima del otro, sin mirarse. Luego se echaron cada uno en una cama, y se dijeron “buenas noches”. Ella puso la cabeza sobre la almohada y él desconectó el teléfono.
–Te amo.
Lucía sonrió sin mostrar los dientes.
–En serio; me muero por ti.
Insistió:
–No me crees, ¿no?





CONTINUARA,O SINO COMPREN EL LIBRO...JE JE JE





Hasta luego.

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