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martes, 9 de febrero de 2010

El Escote Femenino


A cualquiera le llama la atención el avance denodado del escote femenino en nuestro país, sobre todo a varones de mi generación o mayores (sin hipocresía, por favor). El desnudo no es nuevo en la historia. Una mirada al arte y a los rastros de la vida cotidiana del pasado lo evidencia de manera concluyente. Existe, eso sí, una gradación entre el estar desnudo versus el estar vestido, como hay épocas en las que la vestimenta con mayor o menor gracia oculta las formas del cuerpo. Lo que se muestra —o se oculta— no permanece constante, aunque jamás es muy diferente. Las estatuillas funerarias egipcias, evocación de familias completas, muestran el desnudo de los pechos femeninos de la madre. Cosa rara, ternura y erotismo conviven en sus testimonios.
En el avance del desnudo, una nueva vuelta de tuerca en los últimos 15 años se concentró en los escotes, de manera que la mirada de reojo de los varones, que antes debía ejercitar contorsiones que incluían una casi invisible flexión del pie para empinarse, y tensar el cuello, ahora puede deslizarse sin mayores obstáculos hasta la inmediatez del punto de quiebre. ¿Será parte de un proceso de historia actual del cuerpo?
Quizás —es lo que responderían los autores de un libro sobre “historia del cuerpo” en Chile, de Álvaro Góngora y Rafael Sagredo, aparecido en estos días—. Mi material empírico de comparación es muy modesto como para afirmar que en Peru el descote es mayor que en otras partes, aunque sospecho que de esto se trata.Lo del escote no es más que un fragmento de un proceso más abarcador de la sociedad moderna, el cambio de actitud con el sexo y lo erótico en el último siglo y medio, de profundas consecuencias en nuestra vida personal y social. Sin embargo, es probable que a largo plazo se redescubra cómo en todo lo humano deben habitar las “reglas del juego”. Sólo que existen marcos o acuerdos acerca de ellas que pueden ser más ricos y pletóricos, o más estrechos y mustios. Lo que distingue a una civilización superior es que hace coexistir a valores que en sí mismos son opuestos, como el eros y la búsqueda de lo trascendente.La frontera no se extiende de manera indefinida. La tesis de los rebeldes del año 68 era la “liberación” sexual, el fin de una represión que se arrastraba desde un origen ignoto (la idea del citado libro de los historiadores criollos refleja una módica visión análoga). Como reacción a la llamada moral victoriana y a la ñoñería patológica, el desarrollo del siglo XX fue una bocanada de aire fresco. Pero, llevado hasta sus últimas consecuencias, conduce al hastío (¿será un indicio el aumento del consumo de droga?) o a la indiferencia construida, “políticamente correcta”, como la practicada en universidades estadounidenses, una suerte de deserotización neopuritana.
¿Qué se olvida aquí? La sublimación, que hace de la insinuación entre lo que se ve y lo que no se ve un don que permite la actitud civilizada. La tendencia a la exacerbación del desnudo en busca del “destape”, que por angas o por mangas culmina en su negación, se parece a otros emprendimientos de nuestro tiempo, la “desmitificación” y el “desenmascaramiento”. El hombre desprovisto de mito carece de esperanza, fundamento del sentido de la vida. El hombre sin máscara se priva de lo humano, es decir, de su capacidad de expresar. Sólo a partir de las máscaras nos podemos comunicar con los otros humanos y escapar a la pura definición zoológica. Sólo a partir del cubrirse con la vestimenta se puede llamar la atención hacia el cuerpo, y “descubrir” aquello por lo que nos sentimos atraídos, como parte de un juego que nos muestra lo propio de nuestro ser

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